Cruce la
puerta y una tenue luz oscureció el lugar, transformando todo dentro del mismo en
un otoño constante. Se me apareció frente a mí una imagen mental, un árbol
solitario sin hojas, envejecido por el tiempo y la soledad. Y ahí percibí que
estaba en presencia de la muerte... Una muerte ya madura, pero aún inconclusa.
Estridentes
sonidos indicando estados vitales, como el metrónomo al músico, indican el
pulso… Ojos avellanados, cerrados por el propio peso de los párpados, y manos
frías de irresistible realidad. Un letargo. Un letargo plagado de dualidades,
dualidades de un viaje en que el aprendizaje es constante aún hasta en estado
de inconciencia pura.
Y ahí pude
sentir lo que es estar cerca de la línea que divide, el hoy de lo eterno, el
ayer del recuerdo…, y el mañana del ren
acer para forjar en forma física este
absurdo destino.
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